La degradación de la tierra, causada o exacerbada por el cambio climático, supone un peligro para los medios de vida y para la paz y la estabilidad. Los signos de advertencia se observan en el conflicto entre pastores y agricultores, que compiten por tierras más productivas, y en la lucha entre comunidades por unos recursos hídricos cada vez más escasos.
«La tierra pertenece al futuro, protejámosla del cambio climático».
La degradación de la tierra, causada o exacerbada por el cambio climático, no solo supone un peligro para los medios de vida, sino también una amenaza para la paz y la estabilidad. Los signos de advertencia se observan en el conflicto entre pastores y agricultores de subsistencia, que compiten por tierras más productivas, y en la lucha entre comunidades por unos recursos hídricos cada vez más escasos. Vemos los síntomas de inseguridad en la volatilidad de los mercados mundiales de alimentos, los desplazamientos internos y las migraciones en masa.
Si bien la degradación de la tierra se siente de forma aguda en las tierras áridas del mundo, aproximadamente el 80% de la degradación se produce en realidad fuera de esas zonas. Más de 1.500 millones de personas —en su mayoría pequeños agricultores— subsisten en tierras que se están degradando. El cambio climático amenaza directamente su productividad. En muchas regiones, los recursos de agua dulce están disminuyendo, las zonas donde se cultivan alimentos están cambiando, y el rendimiento de los cultivos está decayendo.
A nivel mundial, se prevé que las condiciones climáticas imprevisibles y extremas tendrán un efecto aún mayor sobre la producción de alimentos. Con la población mundial en aumento, es urgente que trabajemos para desarrollar la resiliencia de todos los recursos productivos de la tierra y de las comunidades que dependen de ellos. Necesitamos administrar la tierra de manera sostenible, evitar que siga degradándose, recuperar la que ha sido dañada y reparar los daños. Más de 2.000 millones de hectáreas de tierra pueden ser recuperadas y rehabilitadas. Necesitamos estimular la adopción de medidas que conduzcan a la recuperación de esas zonas.
La recuperación de la tierra que se está degradando tendrá múltiples beneficios. Podemos evitar los peores efectos del cambio climático, producir más alimentos y mitigar la competencia por los recursos. Podemos preservar los servicios vitales de los ecosistemas, como la retención de agua, que nos protege de las inundaciones y las sequías. Además, un enfoque integral a gran escala de la recuperación de la tierra puede crear nuevos puestos de trabajo y oportunidades de negocio y de medios de subsistencia, permitiendo a las poblaciones no solo sobrevivir sino prosperar.
El lema del Día Mundial de Lucha Contra la Desertificación de este año es «La tierra pertenece al futuro, protejámosla del cambio climático». Podemos hacerlo. Así lo han demostrado comunidades en Burkina Faso, el Níger y Malí, que han recuperado más de 5 millones de hectáreas de tierras degradadas. Dejemos que estos y otros ejemplos nos inspiren y protejamos y cuidemos la tierra para esta generación y para las generaciones futuras.
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