El déficit hídrico del río gaditano ha aumentado en los últimos años ante las distintas presiones agrícolas y turísticas de la zona
El suceso se repite cada verano: activistas ambientales cargan con palas para abrir el taponamiento producido en la bocana del río Guadiaro en su encuentro con el Mar Mediterráneo, junto a la urbanización de Sotogrande, perteneciente al municipio de San Roque. «Se ha hecho famoso», dice a este diario Antonio Muñoz Secilla, presidente de Verdemar Ecologistas en Acción. «Este verano se ha cerrado cuatro veces», apunta.
El Guadiaro nace en la serranía de Ronda, definida por su elevada pluviosidad, por lo que es una masa de agua muy caudalosa. Sin embargo, tras un recorrido de 82 kilómetros por las provincias de Cádiz y Málaga, llega debilitado a su desembocadura. La volatilidad del régimen hídrico podría explicarse con razones climatológicas como la falta de lluvias, pero desde Verdemar llevan treinta años denunciando su vulneración. «Al río le han ido cortando las alas. En una semana que esté lloviendo y venga agua desde Ronda, pueden salir por la desembocadura 1000hm3, pero esto ahora ocurre solo entre una y tres semanas al año», cuenta Muñoz.
Pepe Cano, responsable de la asistencia técnica de la Junta Central de Usuarios del Río Guadiaro, explica que el déficit hídrico es «típico de la cuenca sur mediterránea española» y que el río se caracteriza por un «régimen de aportaciones irregular». Sin embargo, este ingeniero de caminos recalca que a pesar de los grandes caudales del río «se producen, en la cuenca baja, determinados episodios de estiaje (nivel más bajo de las aguas de un río por causa de la sequía) que afectan al paraje natural de la desembocadura del Guadiaro».
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